jueves, 7 de julio de 2011

Capítulo tercero de una serie de relatos autónomos y articulables entre sí

por Jose Luis Diaz Arroyo - "El Faro Crítico"

Mero. Un mero. Un mero cobarde. Salva un mero cobarde. Salvaguarda un mero cobarde. Salvaguarda a un mero cobarde. Quien salvaguarda a un mero cobarde. Quien salvaguarda frente a un mero cobarde. Quien se salvaguarda frente a un mero cobarde. De quien se salvaguarda frente a un mero cobarde. ¿De quién se salvaguarda frente a un mero cobarde? ¿De quiénes se salvaguarda frente a un mero cobarde? ¿De quiénes se salvaguardan frente a un mero cobarde? ¿De quiénes no se salvaguardan frente a un mero cobarde? Pienso, ¿de quiénes no se salvaguardan frente a un mero cobarde? Y pienso, ¿de quiénes no se salvaguardan frente a un mero cobarde? Yo pienso, ¿de quiénes no se salvaguardan frente a un mero cobarde? Yo pienso mientras duermo, ¿de quiénes no se salvaguardan frente a un mero cobarde? Yo pienso aún mientras duermo, ¿de quiénes no se salvaguardan frente a un mero cobarde?
De nuevo, una noche más, se había pedido a sí mismo no hacerlo. Con su otorgamiento, llegó mucho antes. Sentado en el filo de la cama, trató de ordenar aquella madeja onírica. Tomó un papel y escribió unas pocas ideas que completasen las anotaciones de la mañana anterior. Enseguida llenó el folio.
Ya en pie se estiró y alzó la persiana del cuarto repitiendo en voz alta la liturgia de todos los días: “hoy será el mejor día de tu vida, alégrate”.
Marcó unos pocos números en el teléfono.
- Tintorería de Peter.
- Hola, soy el doctor Tom Shadow quería saber si podría recoger el traje que les dejé.
- Claro doctor Shadow, ya lo tenemos preparado.
- Perfecto, en treinta minutos pasaré a por él.
- Nos vemos entonces doctor.
Colgó el teléfono y, aún entre bostezos, se preparó una taza de café. Se asomó al brebaje y la finísima columna humeante que escapaba de la taza le acarició la nariz. Algunos recuerdos agradables acudieron de inmediato: aquel viaje a Portugal, sus gentes sencillas y despreocupadas, los enormes campos verdes, su selva virgen, naturaleza fuera del alcance del tiempo y... Greta. Recordó que debía hablar con ella, pero sería más tarde, antes debía completar su lista de tareas para hoy.
Se metió en la ducha y puso el temporizador en tres minutos y treinta y cinco segundos. Se secó, vistió y salió a la calle.
Enseguida llegó a la tintorería.
- Hola doctor, le estaba esperando, aquí tiene su traje, ¿qué me va a dejar hoy?
- No Peter, muchas gracias, hoy... no tengo nada – y miró al suelo tratando de disculparse.
Peter, el dueño de la tintorería, miró también al suelo extrañado. Hacía quince años, desde que el doctor era estudiante, que cada día sin falta le había llevado alguna prenda, ya fuese una corbata, una camisa con una mancha difícil o un pantalón para planchar.
- Muy bien..., que tenga un buen día doctor, hasta mañana.
- Adiós Peter.
Salió de la tienda y caminó muy deprisa hasta el portal. Dejó el traje en casa y tomó su lista. “Esto ya está”, y tachó la primera frase de una serie de cinco líneas. “Ahora tengo que recoger mis discos de casa de Marc, ahhh, pero antes bajaré los pájaros a la vecina”. En una hora ya estaba de vuelta, la segunda y tercera línea de su lista tachadas y dispuesto a afrontar la cuarta que sugería hablar con Greta.
- Hola Greta.
- Hola, ¿qué tal?
- Bien, ¿ya estás en la ciudad?, ¿fue todo bien?
- Sí, he llegado hace un par de horas, ya te contaré.
- Vale, yo también te quería contar algunas cosas, ¿cuándo podemos quedar?
- Pues mira, tengo treinta minutos libres y estoy muy cerca de tu casa, si quieres puedo pasarme por allí.
- Perfecto, pues te veo ahora entonces.
Tom colgó y comprobó en su lista cuál era la próxima tarea a realizar. “Treinta minutos, perfecto, tiempo suficiente para que los ingredientes se cuezan a fuego lento”, pensó mientras entraba en la cocina. Se subió a una silla y sacó del armario una bolsa de papel marrón muy desgastada y arrugada en la que se podía leer “ESPECIAS”. De ella tomó un par de botellitas de cristal de colores y formas distintas. La primera fina y cilíndrica, llena de un espeso líquido verde que trataba de asomarse tras la alargada etiqueta que sobradamente daba soporte material a la fórmula química escrita en ella. La segunda, muy curva casi esférica pero recortada por los extremos, contenía un polvo blanco, fino, muy fino. Mezcló dos partes de líquido verde por una de polvo blanco en un cazo y echó un vaso de agua. Lo agitó y agitó hasta formar un masa homogénea de un color verde muy tenue, y le ofreció la mezcla al fogón más cercano, que ya encendido esperaba el cazo. “Según leí en aquel recetario ha de calentarse veintitrés minutos con treinta y cinco segundos”, pensó Tom mientras programaba la cocina.
El timbre de la puerta sonó, era Greta.
- ¡Hola Greta!, ¡qué rápida has sido! No has tardado ni nueve minutos y medio. Pasa a mi habitación.
- Ya te dije que estaba cerca – y le dio un beso en los labios al que Tom respondió tímidamente- que ganas tenía de verte, estas dos semanas se me han hecho larguísimas.
- Sí, yo también tenía ganas de verte y contarte...
- Dime Tom, ¿sabes algo nuevo del trabajo?, ¿no me digas que ya te han hecho jefe de departamento?
- No, no tiene nada que ver. Solo quería decir que me voy, no te voy a volver a ver más.
- ¿Cómo?, ¿pero...?
- Sí, no voy a estar ya más por aquí y quería despedirme de ti, que guardases un buen recuerdo mío.
- Pero, ¿por qué?, ¿ha ocurrido algo?
- Nada particular, lo de siempre, pero esta vez he decidido dejar todo e irme.
- Entiendo... ya estás otra vez con tus tonterías de dejar el trabajo e irte a vivir a yo que sé que selva. Mira Tom, ya has tenido en otras ocasiones estos extraños impulsos, y tu asesor psíquico los consiguió conducir hacia lo que de verdad importa, ¿por qué no pides hora con tu cabina de análisis?, seguro que te pueden dar cita para esta misma mañana.
- Imposible, no tengo tiempo, ¡ese es el problema! Pero aunque tuviese... ¿tiempo para qué?, ¿para emplearlo en lo que de verdad importa?, ¿y me puedes decir que coño es eso que de verdad importa?, ¿y a quién le importa?
- Pues lo que todos queremos conseguir desde niños, ¿lo recuerdas?, tú siempre lo tuviste clarísimo: estudiar una buena carrera y trabajar en ella, ¡sí!, trabajar todo lo que podamos para optar cada vez a mejores puestos, puestos más importantes y contribuir a aumentar nuestra riqueza, ¿qué otra cosa si no?
- No sé, pero eso no. No lo siento como mío, no ahora... ¿no te das cuenta?, estamos dentro de una dinámica tan rápida... no paramos, nuestra vida es un continuo ir y venir a y de ningún sitio. ¿De verdad consideras que a este constante alimentarnos de nosotros mismos se le puede llamar libertad? Sí, mira un escaparate, cómprate algo bonito, lo que quieras, y siéntete bien, libre y dichosa por ser quien eres. Yo ya no puedo. Ya lo tengo decidido Greta, solo querría que mantuvieras un buen recuerdo mío.
- Mira Tom, ya me están empezando a cansar tus gilipolleces, ¿y qué vas a hacer, dejar tu trabajo?, ¿y entonces qué, buscarás otro o incluso...? - Greta no pudo tapar la carcajada que llevaba ya frases gestándose al amparo de las aparentemente absurdas palabras de Tom - ...no trabajarás?, ¿te convertirás en un inútil desviado? Estás loco. Pues escucha Tom, se acabó, estoy harta de tus excentricidades. Cuando me llames para volver a verme, ¿sabes lo que te voy a decir?
- Me da igual, no ocurrirá. Te repito que no me gustaría que conservaras un mal recuerdo de mí. Ahora si no te importa marcharte, todavía me quedan cosas que hacer antes de mediodía.
Greta partió de la casa sin decir ni una palabra más, dejando la puerta de su habitación cerrada y la de la calle abierta.
Tom entró de nuevo en la cocina. El fuego ya se había apagado y la mezcla comenzaba a enfriarse. “Bien, ahora tengo que esperar a que cuaje un poco, no tardará más de tres minutos y medio”. Dejó el cazo del fogón y corrió de nuevo a su habitación, hacia el escritorio.
Tomó el folio de papel que pocas horas antes había llenado por una cara y escribió por la otra. Enseguida se detuvo y leyó en alto.

Si estuviera pegado a un cubo podría vivir la emoción de agotar un línea
fina
recta
un margen
una arista que pende de un punto
pequeño y liviano
disimuladamente frágil
que se une y bifurca con el único fin de rotar y forzar el elemento torsionador del espacio
90 grados
a un lado u otro.

El giro hacia ya
destrozaría el mapa neuronal
trazado cada domingo a medio día
cada comienzo de año
cada arranque de la primavera
tergiversaría las redes químicas de corto alcance
sus centros neurálgicos
paraxiales
que sobreexponen todo salto acrobático a la periferia de mi vida plana
desaberrada y oblata
con un olor tan fuerte a éxito
que mi maniobra de evasión
aún fallando estrepitosamente
se contaría como un uno.

La tendencia autoaniquiladora no es nueva en mí
llevo paseando con un rifle
de manufactura mundial
apuntando a mi sien
desde que aprendí a unir letras
a leer automatizadamente
forzado a codificar y decodificar algoritmos callados
pasos de baile coreografiados
marcados por un encerado pendular
que me forja como tirador
sobre espejos de carne y hueso.

¿Qué haré cuando ya no sea?
suena tan raro planear una vida sin mí
sin mis inclinaciones sofocadas
sin mis obsesiones
sin las represalias orientadas a socavar mi campo de acción
¿a quién castigaré entonces?
suena tan raro planear una muerte que no sea para otro

No hay resorte geométrico que contenga mi cobardía
y aún así me temerán
porque ¿de quiénes no se salvaguardan frente a un mero cobarde?

Dejó de leer y firmó el texto con su nombre. Buscó en su bolsillo derecho la lista de tareas y tachó la cuarta línea, ya solo quedaba la quinta, escrita en letra mayúscula vestida de rojo.
De vuelta en la cocina, tomó una cuchara llena del brebaje, la miró y olió detenidamente decidiéndose finalmente a dar el primer bocado, “no sabe mal del todo, en dos horas empezará a hacer efecto, poco a poco me quedaré dormido y todo habrá terminado” . Y tachó la última nota programada para ese día, escueta, que decía: 13.05 horas, SUICIDIO.
El teléfono del salón sonó.

No hay comentarios: