miércoles, 21 de marzo de 2012

Sobre Hippias, la belleza, el oro y la esclavitud…


por Antonio Fernández Balsells - El Faro Crítico

Del sofista Hippias, Platón diría que era petulante, vanidosx y garrulx… Nota de humor ésta, que, aunque aparezca en casi todos los manuales de filosofía, en mi opinión, no se le presta demasiada atención… Y sin embargo, dice mucho tanto de unx de lxs grandes de “La Filosofía” –Platón– como de unx de lxs pequeñxs sofistas contemporánexs a su tiempo, y que habitaban en aquella polis del s.V a.C, sumida ya en el mayor de los relativismos imaginables (de no haberse visto aquél superado por el de nuestro presente). Tan insignificante comentario del joven Platón, no tendría relevancia alguna, de no ser que, Hippias, fue unx de lxs primerxs filósofxs en criticar abiertamente la esclavitud; al tiempo que proponía un ideal de sociedad culta, en la que primara la belleza. Ahora bien, para lxs griegxs, “la Belleza” o “lx bellx” era algo como inspirado por la sagrada e indisponible naturaleza, hasta el punto en que el mortal se enamoraba de aquél o aquella que estuviese agraciado con tal “don” natural. Hasta tal punto esto era así, que, el démon Eros se quiso hacer vagabundo por no dejar de contemplar la belleza, sirviendo así de puente efímero entre nosotrxs, lxs mortales, y la sabia e indisponible naturaleza. Pues bien, desde el paradigma griego, lx bellx o la Belleza comprendía un espectro muy amplio: desde el conocimiento de lo más antiguo (como la historia de los distintos pueblos, sus sabidurías, cultos y leyendas); como las nociones de bien común, honestidad…; y por supuesto, guardaba también, una estrechísima relación con lo útil –casi mágico– que permite hacer agradable toda vida en comunidad. Todo ello desde la perspectiva de un mundo como el griego, en el que la vida o physis aún no había sido desacralizada u olvidada, cuando no reducida a un mero segundo plano [hecho éste que ocurrió, precisamente, en la Atenas sofista (periodo muy similar al nuestro) en el que el relativismo ya campaba a sus anchas, dejando la cuestión de la indisponibilidad de la physis, en un segundo plano…; y en el que, por otra parte, los quehaceres sapienciales humanxs se orientaron, sobre todo, en la elaboración de leyes -humanas- y la oratoria -también humana- en vistas a ganar pleitos o medrar en las cosas público-políticas…]. De modo que tanto Platón, como Sócrates y Hippias vivieron en aquella polis que había olvidado ya los misterios de la phýsis, para ensimismarse, por completo, en las cuestiones humanas o antropocéntricas.

De Hippias, nos dicen lxs antiguxs, que además de tener una memoria prodigiosa y hasta haber ganado unas Olimpiadas, él mismx se hacía sus túnicas púrpura, sus sandalias de piel con suela de corcho, así como sus joyas (algo que, por regla general, sólo llevaban las mujeres); también, que se hacía sus propios perfumes… Todo esto, quizá, nos permita entender un poco mejor por qué el aristocrático, pro-esclavista y “chico bien” de la polis, Platón, le lanzara el calificativo de “garrulx”. Y es que, el asunto de todo esto no es, ni más ni menos, que la cuestión de la “moda” en el mundo griegx y su repercusión en la vida cotidiana. (Pido mil disculpas por hablar de algo en apariencia tan superficial –y más en los tiempos que corren– aunque importantísimo, tanto para Platón como Hippias, a fin de embellecerse...).

Pues bien… ¿Y qué puede tener que ver todo esto con el oro?… Ahí, hemos de volver nuevamente a Platón, en concreto a su diálogo Hippias, en el que como siempre, Sócrates, con su mordaz ironía, acribillará a preguntas esta vez a nuestrx ancianx sofista, en busca de la definición de “Belleza”… A nuestrx garrulx –aunque ya mayor– y, por tanto sofisticadx sofista, se le ocurrirán varias respuestas para definir la Belleza… Las recordaré brevemente: la primera dice así: “la belleza es una hermosa joven”; la segunda: “la belleza es oro”; y, por último: “la belleza es ser rico y ser respetado”… A medida que Sócrates ahondaba más en su búsqueda de la esencia de la Belleza; Hippias, casi inconscientemente, iba dando más detalles de una sociedad clasista y esclavista, que en el fondo detestaba… Porque al pobrecitx Hippias, al que tanto le había costado poder afirmar su propia diferencia y originalidad –tanto a través de su prodigiosa cultura, como de su túnica, sus joyas y perfumes– finalmente había de llegar a la triste conclusión, de que, en aquel in-mundo mundo –el del relativismo absoluto en el que había caído la polis– “la belleza” no otra cosa que “ser rico y ser respetado”. Sí, Sócrates tenía razón, ninguna de aquellas respuestas era una definición adecuada de belleza, aunque bien probablemente, se las estuviera dando el personajillo más singular de la polis; quizá, el que con más ansias, había experimentado la necesidad de sentirse bellx –y esto, atención: ¡aún a pesar de serlo!…–. Y es que, tras las irónicas preguntas de Sócrates, para Hippias, lo que se estaba poniendo en cuestión no era otra cosa que la relevancia, que, en su propia vida, habían tomado esas inmensas ansias por pertenecer a un determinado estatus social (el de “lxs bellxs sin serlo”). Grupo del que se sintió excluídx desde que nació –probablemente por ser “unx garrulx”, como nos aclara el joven Platón…–. Sócrates, buscaba la definición perfecta; Hippias, por su parte, hablaba de algo más vivencial: hablaba de aquél mundo clasista en el que le había tocado vivir, y que, inevitablemente, había condicionado su propia personalidad…

Pero si nos detenemos en la segunda respuesta, aquella en la que responde a Sócrates: “Esto que me preguntas, la belleza, no es sino el oro... Pues todos lo sabemos, creo, dondequiera que se añada, hace que incluso que aquello que parezca feo parecerá bello si está adornado con oro."; es, precisamente ahí, donde, con más claridad, podemos observar en qué radica la esencia de aquello que hasta no hace tanto sirvió de patrón del papel moneda… Pues sí, los fexs que llevan algo de oro encima, resultaban hasta más deseables que lxs guapxs –y de Hipias, nos dicen lxs antiguxs, que de joven lo era y mucho…–. De modo que nuestrx bellx garrulx, sabía muy bien cuán capaces eran esas prótesis doradas de desbaratar toda belleza natural; no en vano, lo que en un primer momento respondió fue “una chica bella”. Y es, tras meditarlo un poquito más, que Hippias llega a esa, su segunda conclusión, en la que la belleza es un determinado ornamento: el oro. Ese algo inerte, que, ya fuera por envilecimiento cultural o por locura compartida, lograba hacer bellx a aquél o aquella que no lo es… El adorno de oro hace que la belleza natural sea menos belleza, al menos en aquél in-mundo relativista que había olvidado la sacralidad de la vida y la naturaleza, así como la indiferencia de ésta hacia los intereses, deseos, penas y complejos humanxs… Esa perniciosa prótesis inerte –¡maldito adorno ambarino y brillante!– era la misma, que, a buen seguro, a nuestrx joven Hippias, le había hecho perder más de un amor de juventud… Y eso, como todxs sabemos, entristece y mucho…

Que el oro sirviera de tacón para alcanzar el amor, resultaba tan indignante como artificioso… En mi humilde opinión, Hippias nunca lo logró entender… En cualquier caso, él estaba tan dispuesto a hacer lo que fuera por vivir Eros –aunque los ciudadanxs de la polis se hubieran vuelto medio locxs– que si tenía que pasar por tal locura compartida, pasaría… Y de hecho, así lo hizo: de ahí que acabara su vida siendo muy ricx; si bien, esto mismo, no debiera comprometer demasiado su pensar... o por lo menos, no en todo. Pues Hippias, en el fondo, detestaba ver a nadie ni nada haciendo algo que no quisiera hacer; razón, de otra parte, por la que sería el primerx en criticar la esclavitud y en proclamar la igualdad de todxs lxs hombrxs y mujerxs. Y es que, son las verdades de juventud las que calan más hondo…; de tal modo, que, según nuestrx sofista, la belleza individual era trabajo propio –que no ajeno–; la inusitada túnica púrpura, la sandalia o el extravagante perfume, también… ¿Pues qué mérito podía haber en aquél o aquella que pudiera parecer bellx por llevar algo que ni él mismx se había logrado hacer? ¿Dónde residía su imaginación, dónde su creatividad seductora? ¿Qué encanto podía haber en una burda apropiación del trabajo, de la magia creativa que se da en toda inspiración ajena? Y en cuanto al alma… ¿Qué decir?... Pues belleza, también se da en las palabras; rebuscando en el baúl de los retales que hay en el desván de nuestras distintas culturas, quizá es donde hoy día podamos hallar algunas prendas que nos permitan sobrellevar estos tiempos de  miseria probablemente más anímica que material... En esto, tanto Sócrates como Hippias coincidían, pues, para ambxs, lx más bellx era también lx más viejx... Y ese algo bellx que es cultura, necesariamente había de ser inmaterial...; pero en esto no voy a ahondar más…

Quizá, la peor crítica que Platón le pudo hacer a Hippias, fue la de llamarle vanidosx –pues, por regla general, vanidosx es aquél o aquella, que, creyéndose sabix, no suele escuchar a los demás…–; pero con lo de “garrulx” y “petulante”, parece que la crítica revierte más, hacia quién la hizo, que hacia quien fue dirigida… Pues “garrulx”, como sabemos, es un desprecio clasista; mientras que por “petulante” se suele tildar a aquél o aquella que sencillamente es cultx, y que, por tanto, invierte más tiempo en lo inmaterial que no en lo material… En cualquier caso, Hippias, propone una forma de vida en sociedad bella; en la que todxs somos iguales y en la que nuestras insalvables y contingentes diferencias –las más superficiales u ornamentales– se establezcan a partir de la originalidad y creatividad de cada cuál –en vez de deberse a la sumisión de la mayoría a unx o unxs poquitxs que tengan mucho oro...–. Resultando, además, que tales diferencias ornamentales o estéticas (siempre individuales), sólo tienen sentido en comunidad. Pues es como en el carnaval… ¿qué sentido puede tener disfrazarse unx para sí mismx, si no es para reírse, disfrutar y bailar junto a lxs demás?... Si lo que desde una perspectiva más esencial y sapiencial, en verdad mueve el mundo, no es otra cosa que Eros… ¿cómo vamos a poderlo encontrar solxs o aislados?... En mi opinión, Hippias sabía perfectamente que el oro había usurpado el lugar de Eros; y su crítica, por esencial y radical, conmovería cinco siglos más tarde el orden del Mundo Antiguo por completo, haciéndolo añicos: y esto, precisamente cuando el cristianismo hiciera suya tal crítica, anunciando aquella “nueva praxis” que vocearía la igualdad entre todxs los hombrxs y mujerxs, así como su inherente crítica de la esclavitud… Y es que, la mariquita de Hippias, veintiséis siglos más tarde, conserva aún suficiente ánimo y voz estridente como para vociferar algo tan radical como esencial a  políticxs, economistxs o tecnócratxs: que el oro no es más que una vana prótesis para intentar engañar a Eros… Por más impotentes que sean sus cálculos, por más adornos monetarios que se pongan en las solapas de sus chaquetas o blusas; al démon Eros, jamás podrán apropiárselo, ni tan siquiera por un instante… (menos aún, todavía, aislándose o atrincherándose). Pues éste, como nos dirá Platón, aparece y desaparece, no dejando que nadie se adueñe de él…

Y es que, lo que está empezando a acontecer en este in-mundo mundo en el que vivimos, es por completo indisponible... Y aquél individuo egoísta que pretenda retenerlo sólo para sí por vías materiales –o las que sean– que sepa, que ni lo verá, ni lo experimentará, ni lo sentirá, jamás de los jamases… Pues Eros siempre es indiferente a toda prótesis dorada que pretenda usurpar su lugar; así como también lo es, de todo aquél o aquella supersticiosx, que quiera rodearse de oro como si de un amuleto mágico se tratara, en vistas a alcanzar la máxima aspiración de todx hombrx o mujxr; aquello que más placer y más felices nos hace: amar y ser amadxs... Pues la belleza “individual”, como nos hace ver Hippias, si con algo tiene que ver es con la originalidad y gracia propias, con el encanto de cada cual… que no con la apropiación del trabajo ajeno; al tiempo, que éstas, de por sí –originalidad, gracia y encanto, además de bondad… entre muchas otras cualidades que seguro que olvido…– sólo pueden alcanzar su sentido, cuando se viven y comparten con lxs demás. Es decir, en comunidad…

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