viernes, 2 de marzo de 2012

Sobre lo humano y lo divino

por Antonio Fernández Balsells - El Faro Crítico


Sobre lo humano y lo divino
Lo divino suele acontecer de la mano de un niñx; esto es así, porque cuando se da, lo hace de un modo fortuito o espontáneo, incluso como por casualidad. Hay que estar alerta, en cierto sentido atentxs, porque a veces aparece –otras no– pero le ocurre lo que a Eros, que aparece y desaparece, no dejando por ello nunca de ser. Se puede dejar ver en un rincón o en medio de un escenario, pues no le gusta distinguir de lugares, personas o animales: no, porque aparece tanto en un bar como en una fábrica, en la playa o en medio de un telediario... ¡Y ay de aquél que se quiera apropiar de él!... Cuando se da, rompe esquemas, precisamente los del humano que ha tenido la suerte de verlo; y es que, siempre que martillea lo hace por y con amor, haciendo que los clavos de lo obvio se ablanden y las penas se lleven mejor. También le dice al clavo o al teólogo que nunca pretenda usurpar su lugar convirtiéndose en necesario o indispensable… pues ésto, sólo lo divino lo puede ser él. Que ahí no quepa duda, cuando aparece, conmueve; sí, porque si bien en un principio aturde, luego deja un manantial de inmensa serenidad… Capaz de dejar a cualquiera sin palabras, si bien tal silencio –le oí una vez decir a Diotima, es lingüístico– lo único que ocurre es que descoloca nuestras palabras… pues al irrumpir nos inunda con una profunda sensación de ternura, como si por fin entraran nuevas palabras felices en nuestra cabeza… ¡Palabras! ¡No!…¡Qué digo!… ¡Cuidado que no son palabras!... Pues al ser lo divino inmaterial, lo único que nos brinda es que entre ellas se casen de un modo distinto, como si bailaran una polca (si bien esa tarea nos la deja a los mortales, pues él, lo único que hace es lanzarnos sus dardos de amor desde la más rara y extraña de las diferencias: la más marginada, la más invisible, la menos tenida en cuenta ‑¿quizá la más cercana y por ello aún, todavía, más olvidada?…) No sé, pero dicho de un modo distinto, es ese algo necesario que permite que nuestra agua mental no se estanque, sino que circule y fluya con a través de las demás aguas… Tras uno de sus golpes de cerbatana ‑siempre en lo más profundo de nuestro ser, que no es otro que él mismo, de tal modo que, por indisponible, ni tan siquiera disponemos ya de ese algo "más interior que nuestro propio interior" que decían los monjes medievales…‑ el problema es, pues, siempre el de reorganizar las palabras después de que nos tire uno de sus dardos; pues al ser indisponible, sabe que quien quiera hablar demasiado de él o bien está dispuesto a recibir más de un tirón de orejas -pues es así como se juega con él-; o sino, que calle, pero que no se lo apropie… Así lo divino con nosotrxs…

Lo divino, pues, atento, nos insta a escapar de nuestras penas individuales; si es que no queremos olvidarnos de él. Un modo de invocarlo ‑pues muchas veces suele aparecer así…‑ si algún día tenemos muchísimas ganas de verlo -aunque tan sólo sea por un brevísimo instante- es no parando de hacer cosas con los demás: muchas, volcando todo nuestro amor, pero también atentxs, pues quizá en algún momento u otro aparezca… Lo divino pues, juega –ya lo decía Heráclito– al juego de hacernos reír de nosotrxs mismxs y de nuestras penas; pues, cuando se digna a enseñarnos algo, desde fuera nos remueve de fondo, llegándonos en algunos momentos a hacer sentir como ridículos, pues siempre le gusta turbar a nuestro sujetito abstracto, del que nos sabe incapaces de prescindir por completo. Lo dicho, suele acontecer en comunidad...

Aunque no quiere hacernos daño; tampoco quiere hacernos ningún bien, y, sin embargo, cuando acontece, siempre es sabio. Algunxs piensan que lo divino podría darse sin que hubiera persona alguna; yo creo que no, aunque no por ello crea que pueda reducirse a lo meramente humano; pero es precisamente con las personas, quizá, con quién más le guste jugar (quizá por creerse éstas tan sabias, que siempre intentan usurparle su lugar; cuando no se empeñan en decir que es algo o alguien, que nunca lo puede ser...). Sí, ahí lo divino rivaliza con lo humanx, y siempre tiene las de ganar: se dice que filósofx es aquél que ama la sabiduría, de modo, que quien la busque, nunca puede dejar de amar lo divino; esto es, de buscarlo e invocarlo, de hacer lo posible por que se dé; pues éste, como se dijo, siendo lo más sabio –sin que por ello podamos imaginarlo como a un dios antropomórfico; pues lo divino, nunca se deja imaginar…–, no nos desea ni bien ni mal, pero sí que nos ofrece siempre un poquito de saber… Cuando acontece, hace que veamos lo mismo de un modo distinto –ese algo que algunxs llaman “realidad”, pero que al ser “extenso” (o “físico”), entonces, precisamente por imaginable, en modo alguno puede confundirse con lo divino, que se sirve de la extensión para acontecer, pero sin poderse nunca reducir a ésta… Al tiempo que también se burla del afortunadx que crea que su acontecer fue ya decisivo, que sólo a él o a ella le reveló toda la verdad. Pues lo divino, al ser como un niñx, gusta que juguemxs con él. Le encanta que nos equivoquemos, pues cuanto más errores cometamos, más puede lo divino jugar con nosotrxs, y así, enseñarnxs. Así son más los dardos que nos cruzamos con él; de una parte nosotrxs montando castillitos de naipes y él con su cerbatana que aturde, rompiéndolos una y otra vez… Lo divino no entiende a los adultxs, pues por ser mayores, le aburren; eso sí, puede dejar que éstos pasen siglos enteros ensimismadxs despaldas a él –aunque le estén haciendo daño, incluso lo ignoren–; pero como sabe que sin él, ellxs no podrían ser, aguarda en su sala de juegos que es este mundo, convencido de que en un momento u otro, han de volver a él… Sin embargo, que nadie crea que dispone de él, pues entonces, como el niño travieso que no sabe perder, a quién se crea sabio siendo humano le lanzará un dardo –como siempre medio en broma y con cariño–, precisamente ahí donde más le duela; y entonces, el humano, o se avergüenza y se exilia; o sigue jugando con él.

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