(DROGAS DURAS)
“Algo pasó en tu cabeza…y
empezaste a cambiar…” decía una pegadiza canción de la
movida madrileña de los años 80… Luego venía algo así como “y no tienes nada que perder, y no tienes
nada que ganar… te has convertido en inmortal…”. Y es que, si nos movemos en
el mundo de las drogas duras –y la Filosofía es una– ya sabemos que el espejismo
de inmortalidad siempre está ahí… Ya se sabe; lo de los héroes y heroínas de la
Nación, de la Patria, de la Eticidad (Sittlichkeit), del Espíritu…; porque es
desde semejante "Absolutez" que las personas pueden “flotar” o “volar”, en
definitiva, sentirse “libres”... Kant no podía ser menos: él también quería
volar… Con su dieciochesca peluca, tan bien empolvada como su nariz, sentaría
para la Modernidad una de las más imponentes hipótesis metafísicas: la de la Libertad; fundamento éste último e
imprescindible para toda razón práctica según Kant… Que fuéramos libres o no, en
verdad, poco importaba; lo que sí importaba era “actuar por deber”, pues de lo
contrario, ¿cómo hacer a sus compatriotas responsables de sus actos? De lo
contrario, esto sería tan aterrador como la jungla; algo que sin duda nos
asemejaría a aquéllos pusilánimes indígenas, cuyas tierras andaban colonizando
desconsideradamente las modernas potencias europeas por aquel entonces… Así que,
fusionando la culpa cristiana, la responsabilidad y la moral corriente de la
época, la Modernidad andaba metafísicamente bien calzada –con zapatos de aguja
nuevos, nada menos– en base a algo indemostrable: la fantasía –en re mayor– de la Libertad… Pero la estoica Necesidad, la estoica Razón Universal,
aquélla que según los antiguos penetraba el Todo, sin embargo, no hacía más que
aparecer y reaparecer de un modo tan fatal como impertinente, haciendo añicos
los discursos de aquellos que seguían alabando La Libertad... Llámesele Pronoia, Destino, Hado, Razón cósmica o Fatalidad, esto da igual; pero esta
misma Necesidad, sin duda es la que ha hecho que los ciudadanos de la ¿Polis?
del XXI –si es que hay Polis– sigan sin poder entender a qué coño se refieren
los neoliberales con eso de Libertad... ¡Es que puedes escoger productos de
distintas marcas! –decían con lágrimas en sus ojos los recién liberados
ciudadanos del oprimente bloque del Este –entre los que contaba nuestra
venerable Frau Merkel– cuando “por fin” había caído el Muro, y ya podían llegar
andando, y sin atravesar controles fronterizos, hasta la berlinesa
Wittembergplatz; por lo demás, repletita de llamativos anuncios alumbrados con
luces de neón… O bien, desde la comodidad de sus casas, cuando enfrente de sus
televisores podían ver cómo se anunciaban multiplicidad bragas y compresas
multicolor de todas las variedades, marcas y tallas… –seguro que a la venerable,
esto mismo debió conmoverla todavía más…–. El Gran Casino había abierto sus
puertas; ahora con un poco de suerte,
todo era posible…; pues el Azar abría
las manos a todo hombre y mujer Libre. Atrás quedaba Necesidad…
Pero ya en el siglo XIX, nuestro
Filósofo y Teólogo Hegel, habría de dar un pasito importante en todo esto… Ahora
bien, él sí que tendría en cuenta a la tan fatídica Necesidad. Lo primero que hay que decir,
tratándose de un hombre como Hegel, es, ante todo, que era un verdadero machote;
sí, un tipo viril con ronca voz; y esta imagen nos viene inevitablemente a la
mente cuando atendemos a su peculiar concepción del Estado. Inspirándose en la
República de Platón –¿de quién sino? –, distinguiría entre distintos estamentos:
obviaremos aquí los inferiores por su carácter secundario dentro del sistema
hegeliano: el primero de ellos sería el mismo que encarnaría la eticidad de todo un pueblo (los
restantes estamentos –incluso el burgués– no tendrían ni la más remota idea de
qué pudiera ser eso…). Ese estamento no era otro que el Militar (¡Guau!). Cómo
justifica Hegel todo esto, es de lo más singular: pues sólo ellos –los
militares– son los que arriesgando su Vida (“despreciándola”), han logrado
someter a los siervos ‑todos éstos unos pusilánimes, temerosos, cobardes,
miedicas, que han tenido en demasiada estima su propia Vida y han obedecido a
los temerarios hombres de Estado y sus imponentes armas‑. Pues según nuestro
Teólogo, para abrazar el Absoluto y los frutos –paradójicamente materiales– del
Espíritu, hay que despreciar la Vida: la Nación, la Patria es para aquéllos que
lanzan el más chulesco de los órdagos: o todo o nada… Así son las cosas del
Poder, del Ethos hegeliano y naturalmente, también: en el Juego y el Casino.
Pues bien, así las cosas, estos Espíritus-Nación o espectros de la razón cósmica
universal, con sus costumbres y sus jurisprudencias, sus valores
ético-políticos, no podían ser otra cosa que la encarnación de la Pronoia estoica, la fatalidad de todo
pobre ciudadano –en principio– “libre”. Y aunque la idea de base, tanto kantiana
como hegeliana, fuera que desde ese marco –jurídico-político– los ciudadanos sí
podrían ser libres (curiosamente a través del cultivo de sus vicios privados,
pues así era como premiaba la oscura providencia con sus materiales manos
invisibles); lo cierto es que aquel marco iba haciéndose tan insufriblemente
chico, que las florecillas que de relleno habían sido pintadas en él, finalmente
ya no tenían ni suelo, ni aire que respirar. Sin duda alguna –y al igual que
ahora– se estaba retando a lo Viviente… Ahora bien, ni tan siquiera en el
siglo XX se ha tomado demasiado en consideración a la Necesidad-Natural; pues no
dejaba de ser como aquella tosca bestia parda, tan cargada de piojos, verrugas y
granos, a la que incluso se la llama Metafísica. Todos los discursos tan
plagados de buenas intenciones como bellas palabras, hablaban de Libertad... –la del artista, la de los
creadores y creadoras, la de la inspiración del científico/a, incluso la del
hombre o mujer de negocios, etc…– e ignoraban a la nefasta y mediocre bruja Necesidad. Y es que, cuando se trata de
drogas, lo que importa es evadirse… Adiós oráculos, adiós divina providencia,
adiós Pronoia, adiós determinismo,
adiós fatalismo; si bien, en el día a día, los herederxs de todo este cirio, los
ciudadanos de este siglo XXI, no tenemos otra sensación que la de hallarnos
inmersos bajo la influencia de la más maléfica, ensombrecida, lunática y absurda
de las fatalidades: seguro que contingente, pues no deja de ser más que una
recreación humana…pero, en cualquier caso: de “libres”, nada… ¿No se tendría que
volver a contemplar con más respeto a la nefasta bruja Necesidad?
En tono científico decir que las
drogas inciden directamente en el circuito del placer, produciendo como una
especie de cortocircuito, que trae, en el aquí y ahora, en un solo instante
inmaterial, al susodicho: Don
Placer... Ahora bien, al Sagrado Placer, que es natural, no le gusta que lo
invoquen, ni prematura, ni injustificadamente: nada de provocarlo, ni de
controlarlo, ni de conjurarlo con toda suerte de cálculos u otras
estratagemas…pues es Él el que rige... (y de hacerlo, pues ya sabemos lo que
pasa…) Pero es que, por cosas de brujería, sabemos que Doña Necesidad va de la mano de Don Placer. Así, que, olvidándolo o
despreciándolo –pues para Kant, es en el Placer que radicarían las funestas
inclinaciones naturales que todo buen ilustrado debiera evitar y controlar–, y
abogando por la Libertad –en definitiva, la de unos pocos: la de los más
virtuosos u obedientes; o sencillamente: la de los “buenos profesionales” o la
de las clases más altas…– se ignoraban las Necesidades naturales básicas de la
mayoría de seres vivientes. Lo importante era la eticidad: el marco jurídico-político en
el que habían de habitar esas mónadas nouménicas –suprasensibles– que eran los
egos o sujetos-atómicos, que sólo así, en su inmaterialidad, podían ser
considerados “libres”. Mónadas despegadas de este mundo fenoménico, por tal de
ser libres; mónadas desprovistas de toda necesidad fisiológica: que desde el
altillo de su Libertad, ya no comían, ni cagaban; por fin libres de toda Necesidad natural. La Política era pues
cosa Oscura, fantasmagórica –pues no dejaba de ser cosa de “Hombres Libres” en
absoluto relacionada con la menesterosa, popular y común Necesidad Natural. Y
como lo básico y necesario para
espíritus tan elevados, es algo que apesta, decidirían obviarlo: cada cual es
capaz de satisfacer sus necesidades-inclinaciones básicas –aún habiendo dejado a
la mayoría por completo desprovista de todo acceso a los recursos básicos
imprescindibles por tal de subsistir (todo ello gracias a las armas de los
chulescos de la Patria, de los que Hegel había sido Gurú).– De lo que se trataba
era de hablar de ética y de moral, sentar las bases de rígidos códigos jurídicos
que dejaran las cosas exactamente tal y como están: la propiedad privada, ni
tocarla, por favor: pues sólo con este otro mandato-máxima metafísica se podía
garantizar la hipotética “Libertad”. Es así como Universalidad y Fatalidad, se
confundían revolcándose en un orgasmo cósmico de leyes injustas, que arrasaban
con todos los derechos básicos de la población civil, a modo de Pronoia estoica; como si la ley humana fuera un mal universal y necesario por tal de garantizar el Hada
“Libertad”. El Espíritu o lo Absoluto, hacía de las contingentes leyes humanas,
la más absoluta de las fatalidades a sufrir –eso sí– sólo por parte de aquéllos
pusilánimes esclavos; es así como las Leyes humanas –aún siendo contingentes– ni
tan siquiera tuvieran en cuenta lo Necesario básico e imprescindible –que
no es sólo material– para que toda Vida pueda ser vivible… Cierto que Hegel con
su militarismo, subordinaría lo económico-burgués –el Zeitgeist de nuestra epocalidad– a lo
político; pues todo pensador o pensadora siempre aporta algo positivo. Ahora
bien: cómo reubicar lo económico para que el mundo no se convierta en un mercado
de abastos (?), sin tener que pasar por la chulería militaroide. Esperamos que
ocurra “El Milagro Natural”. Pero sin Acción –como muy bien viera Marx y
Aristóteles– esto no acontece. De modo que dejemos de invocar al Oráculo Tarot,
ni de mirar el Horóscopo por tal de saber qué coño nos depara el Hado, el Destino, la Fatalidad o la Necesidad, cuando no, el Futuro; pues, como decía Aristóteles:
aun siendo la Naturaleza diabólica, no lo es menos que “la verdad la hacemos entre todxs”.
También las leyes. Pues cuando desde cualquier saber –ya sea la economía, la
política o la ciencia…– se recurre al Azar como elemento explicativo de sus
teorías, es que sencillamente no tiene ni puñetera idea de lo que se habla, o
bien, sencillamente y con bonitas palabras, se nos miente. Volviendo a la canción: (los héroes
nacionales) “…se han convertido en leyenda, y no tienen nada que
perder, (y sí) tienen mucho que ganar…”
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