martes, 8 de abril de 2014

Democracia posmoderna y subjetualidades insostenibles

Andrés Martínez Díaz - El Faro Crítico
Ciclo15M Tercer Aniversario

Como todo sistema de cuentas, el de los siglos es una convención arbitraria. Si nos fiamos demasiado de la cronología en base cien corremos el riesgo de perder completamente la perspectiva de los acontecimientos. El siglo pasado fue, a decir de Hobsbawn, un siglo corto, de 77 años, los que median entre la Primera Guerra Mundial y el hundimiento de la URSS. Hacia 1992 las democracias occidentales celebraban la caída del comunismo real como el ‘Fin de la Historia’. Se in-auguraba una nueva época en la que descartada la alternativa del socialismo real, el mundo disfrutaría de paz y prosperidad bajo la ecuación democracia-liberalismo. Sólo era cuestión de tiempo. Cuando todos los países del mundo aplicasen la fórmula ganadora del combate ideológico que había sido el siglo XX, llegaría el reino de la felicidad universal. No es necesario abundar en el tema, tópico por otro lado... por mucho que se haya hablado de una “huelga de los acontecimientos”, el curso de los tiempos se ha encargado de arrumbar tan halagüeñas perspectivas.
 El historiador busca el acontecimiento simbólico que permita trazar fronteras en el confuso mixto de sucesos que traman la historia de los hombres. Sin embargo, a poco que se reflexione, resulta evidente que no hay un único proceso histórico –algo así como una historia universal– sino varios que se solapan, entrelazan sus interacciones, ocurren sin relacionarse, concurren en direcciones opuestas, permanecen latentes o amenazan con invadirlo todo. Por este motivo, el oficio de aislar periodos –o definir movimientos característicos de las diversas agrupaciones humanas en el tiempo– está sometido a decisiones siempre arriesgadas en las que confluyen prejuicios, intereses, esperanzas y miedos. Al historiador siempre se le escapa algo. Cuando el encargado de hablar del pasado hace su trabajo, tiene presente el futuro y al hacerlo se inviste de profeta o de ideólogo publicista. O bien pone el foco de atención en un aspecto concreto dejando en segundo plano los demás. En algún defecto incurrirá. Dada la positiva imposibilidad de alcanzar el hecho cierto, aquel que quiera afrontar la tarea de entender los sucesos humanos, únicamente puede ser consciente de que el error, o mejor la incapacidad de comprehenderlo todo, es inevitable. A una interpretación siempre podremos oponerle otra... y aunque las haya que no se pueden tomar en serio, no se puede evitar la necesidad de poner orden en el flujo continuo y sin dirección final del devenir de los hombres, de hacer el esfuerzo de conceptualizar las épocas, aunque no se pueda evitar del todo cierta arbitrariedad. Esta dimensión polémica de la historicidad no es rebasable y respecto a ella lo único que cabe hacer es posicionarse. Eso haré: lo que sigue son algunos razonamientos en torno al 15M al cual me adhiero como la única opción política en estos momentos en los que parecía que nuestro horizonte iba a ser un largo vía crucis de renuncias por miedo al miedo. El temor constante a perderlo todo nos lleva a perderlo de todas formas aunque sea por partes. Al menos la reacción de Sol es poner el pie en el freno.
Así, el comienzo de nuestro momento, este que desemboca en la actual oleada de protestas que atraviesa el planeta de uno a otro extremo, debemos buscarlo en la resaca que se produjo después de los acontecimientos de mayo del 68. Estos fueron una secuencia política extraña si se compara con el ciclo de revoluciones burguesas del XIX o con la revolución soviética. Sincrónicos a la pregunta y tensión que lanza la Revolución Cultural China proyectan en el apogeo del Estado del Bienestar una inquietud que podría denominarse ‘espiritual’. Cuando Europa disfruta, después del trauma de dos conflagraciones mundiales, de una prosperidad, ciertamente envidiable desde nuestra presente situación de crisis, se da un movimiento para reivindicar formas-de-vida más plenas que colmen un deseo que no se contenta con una nevera o un coche nuevo. El fuego prendió a lo largo y ancho del mundo... como pone de relieve Ernesto Laclau, las cadenas de significantes vacíos remueven toda sutura[1] política –inercia estática de un Estado de cosas instituido a permanecer- trastocando el panorama fijo que los poderes dominantes del momento aspiraban a mantener. Desde la insatisfacción con la burda abundancia material hacia formas de convivencia en las que los hombres liberen sus deseos y dejen de ser elementos dentro de las funciones determinadas para la producción industrial -por benevolente que fuese el sometimiento al maquinismo en aquellos tiempos- mayo del 68 se nos aparece como un claro antecedente de las movilizaciones que conmueven nuestro presente.
En efecto, de las cenizas del conato libertario sesentaiochista surge nuestro periodo, cuyas contradicciones desembocan en la encrucijada que se intenta resolver en la Puerta del Sol, en Chile o en Libia. Cualquiera que tenga propensiones paranoicas podría hacer una lectura en clave conspirativa de lo que sucedió a partir de los años 70’s. Mayo del 68 marca un cenit, al menos para los países occidentales, que fue abruptamente cortado por una tendencia reactiva de signo contrario. Por lo que se refiere a la coyuntura económica, la crisis del petróleo, abandono del patrón oro y un nuevo fenómeno, la estanflación generalizada, paro e inflación, –fenómeno que supone un auténtico desafío a la ‘Teoría de la oferta y la demanda’– invierten la situación de los 60’s: en un contexto en que el paro no se daba había sido posible pensar en un ‘plus’ vital más allá de la mera supervivencia, por ello las demandas políticas se encaminan a proyectos de una felicidad integral. Desde ahora la tónica dominante será de amenaza al Estado del Bienestar y la necesidad de su reforma-recorte en nombre de su salvación. En ese entorno mucho menos acogedor que el de los años anteriores la que había sido vanguardia europea de la izquierda derivará hacia la socialdemocracia moderada por un sano principio de realismo político que se combina con una cierta sensibilidad medioambiental –los movimientos ecologistas tienen su origen por aquellos años– , el extremismo terrorista –las Brigadas Rojas, la Baader-Meinhoff– y una salida menos visible, la fuga sentimental hacia la vida personal. Esta última dirección es fundamental en lo que se refiere a la constitución del sujeto de la posmodernidad: aislado de sus prójimos, vive abismado en su propia existencia sin posibilidad de una relación política con su entorno y sin interés por reentablar algún modo-de-vida explícitamente político.
Una puntualización, con lo anterior no querría parecer, en modo alguno, nostálgico de un Estado del Bienestar. Esta formación política debería ser considerada algo así como una reserva natural…. una especie de resort donde se dan ciertas cantidades de confort material y de cumplimiento de unos derechos mínimos al precio de transferir costes –trasladar residuos– a la periferia. Su viabilidad siempre dependió de la existencia del Tercer Mundo. Debería tenerse en cuenta que la actual fase de demolición de dicha formación política coincide con la desaparición de los imperios forjados en el siglo XIX. La independencia de las antiguas colonias supondrá la necesidad de nuevos equilibrios. En buena medida la situación histórica que estamos viviendo está asociada directamente con las recientes relaciones internacionales en las que los nuevos actores hacen uso de una mayor independencia.
Por entonces, aparece la Escuela de Chicago, con Milton Friedman como figura señera, que propugna el retorno a las formulas económicas de un liberalismo puro no sometido a ninguna regulación. La tesis básica de esta tendencia económica es que el mercado es el medio regulador natural al sistema capitalista por lo que cualquier intento de moderar sus desequilibrios tiene un efecto adverso. Es decir, en menos palabras, las políticas que llevaron al Estado del Bienestar son declaradas obsoletas. Tras la crisis del 29, que presenta numerosas analogías con la nuestra, J. M. Keynes ante la inoperatividad de las teorías económicas vigentes y con la intención de salvar el capitalismo, propone un cierto intervencionismo de los gobiernos para corregir los desequilibrios que produce cíclicamente la caída tendencial de la tasa de ganancias[2]. Un auténtico giro copernicano frente a la ortodoxia tradicional de la economía clásica que Foucault resume en la fórmula “autolimitación de la razón gubernamental"[3], el tradicional ‘laissez-faire’ que pide la eliminación de cualquier traba a las actividades del dinero. Pues bien, los años 70’s suponen un retorno a las posiciones clásicas del liberalismo económico. Un poco más avanzada la década los mandatos de M. Thatcher y R. Reagan supondrán la consagración del principio de desregulación. Desde entonces los principios del economicismo neoclásico han quedado recogidos como reglas neutras, naturales, indiscutibles y no discutidas de la gobernanza de cualquier Estado que aspire a ser considerado ‘serio’ en el panorama internacional. Se debe enfatizar este aspecto: antes se ha tolerado un régimen irrespetuoso con los derechos humanos que una excepción a esta doctrina, la de la búsqueda de la integración del mercado mundial.
Mientras, en otra institución no tan conocida como la anterior, la ‘Escuela de las Américas’, se entrena al modo de Westpoint a las elites militares que frenarán el avance de gobiernos democráticos de sesgo socialista en América Latina. El laboratorio privilegiado donde confluyen las prácticas de ambas instituciones será Chile. El país del Cono Sur pudo beneficiarse de las primicias de la receta neoliberal aplicada con puño de hierro... Su historia reciente muestra cómo un país, supuestamente saneado, con macroindicadores aceptables según la ortodoxia económica se ha convertido en donante neto de emigración: los disturbios estudiantiles de estos días en dicho país son otra muestra del callejón sin salida al que conducen las políticas de destrucción de lo social que marcan el dogma indiscutible que guía la política actual.
El fin del imperialismo y el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, en un entorno de desregulación han favorecido la deslocalización de la producción hacia áreas antes marginales o periféricas y la liberación del movimiento de los capitales a una velocidad creciente. El capital busca condiciones de máxima movilidad donde pueda operar con máxima velocidad y sin restricciones. Esta evolución, que percibimos en los países tradicionalmente desarrollados como un retroceso propio, está poniendo en el horizonte a nuevos actores internacionales que se perfilan como futuras primeras potencias de previsibles (des)órdenes en los que cada vez pese menos la hegemonía europea.
Estos párrafos tan sólo quieren ilustrar cómo el comienzo de la secuencia histórica que nos toca vivir tiene comienzo tras Mayo del 68 y puede ser interpretada como un movimiento de reacción frente a la eventual amenaza para el orden imperante de que, en una situación de seguridad vital para la ciudadanía, ésta pudiese dirigir sus aspiraciones políticas –o vitales en última instancia, puesto que somos formas-de-vida necesariamente sociales– hacia reivindicaciones de autodeterminación de nuestros proyectos vitales, incompatibles con el capitalismo. En unas circunstancias de crisis con un paro creciente, el impulso revolucionario e incluso simplemente político se verá frenado y forzado a situarse en una posición defensiva. Si a ello le sumamos la debacle de los regímenes comunistas, se hace evidente la dificultad de oponerse a la corriente ideológica dominante. Tan sólo queda defenderse de un clima de miedo enfermizo y de las consecuentes perspectivas de un repliegue ilimitado.
Sentadas estas premisas relativas a nuestras circunstancias procedo a exponer las tesis que este artículo quiere defender:

1. Tenemos, por una parte, un Capitalismo que ha conseguido liberarse de las restricciones a su libre actuación que supuso el Keynesianismo tras la Gran Depresión. El intervencionismo estatal no ha desaparecido, sino que más bien ha cambiado su dirección para facilitar la fluidez del intercambio –y, de paso, la concentración de las rentas–. Con ello, y con la consiguiente aceleración de los movimientos económicos, la propensión a las crisis cíclicas que aquejan al Capitalismo –más bien a quienes lo sufrimos– desde el periodo de su formación se ha visto reforzada.

2. Se da la fabricación de una cultura ‘ad hoc’, afín al sistema económico dominante con la subsiguiente fabricación de un sujeto hambriento de distracciones, cuyas relaciones se pretenden –y se consiguen– mediar totalmente a través de los dispositivos de la sociedad de consumo. Hay una desaparición del ciudadano –por galopante irrelevancia de la participación política en la democracia posmoderna– reemplazado por el consumidor egotista preocupado por su autorepresentación que solamente puede ser realizada dentro de los códigos del consumismo. El imperativo de goce vigente tiene por resultado un frágil sujeto narcisista que paradójicamente vive pendiente del juicio de sus congéneres. La obligación de personalizarse da lugar a una fuga por cultivar la propia originalidad… hay una apariencia de pluralidad más o menos pintoresca que adolece de una profunda falta de originalidad. En todo caso, se trata de generar una general e íntima insatisfacción que nunca pueda ser satisfecha del todo.

3. En paralelo a la constitución de las subjetualidades posmodernas se da la desaparición de la izquierda tradicional organizada en torno a la forma de partido –por la que no se debería sentir especial querencia– y la atomización de la militancia de izquierdas en movimientos sociales dirigidos hacia demandas particulares. En esa parcialidad, mayor aún que la del partido, se trasluce el abandono de la noción de común como objeto de sus demandas políticas, las cuales en sintonía con la melodía ambiente, son orientadas hacia la visibilidad o a la demanda de indemnizaciones con la aceptación implícita del estado de la situación como orden natural de las cosas. Sujeta a una lógica del victimismo o a aspirantes a una mayor notoriedad hay una floración de grupos aparentemente plurales cuyo común denominador es el cierre en la reivindicación propia, de forma análoga al paradigma vigente de sujeto.

4. Se da una evidente contradicción entre una sociedad de individuos que sólo saben realizarse consumiendo y la dinámica entrópica de una economía que no puede proporcionar el consumo prometido, aunque necesite a toda costa la prevalencia de la ideología consumista para su, de todas maneras insostenible, pervivencia. Tal incoherencia puede ser rastreada en todos los ámbitos: el personal, el económico, el social, cultural, ecológico, el político… El cortocircuito se extiende a todas las esferas de nuestra existencia.

5. Lo sucedido en la Puerta del Sol podría parecer, y lo es aunque sólo en cierto modo, la consecuencia lógica de las contradicciones enumeradas más arriba, pero lo cierto es que podría perfectamente no haber ocurrido. Hay algo de milagroso en el acontecimiento que desbloquea cierres y abre oportunidades: surge la plaza como espacio natural de una verdadera praxis política. No da una solución, pues no puede haberla, sino indica un camino, una dirección para una acción colectiva donde cabe que la comunidad resurja.

Cada uno de estos puntos sería materia de un tratamiento mucho más extenso del que me es posible dar en el reducido espacio del que dispongo, por lo que me limitaré a trazar algunas líneas generales que señalen las conexiones entre las tesis ya enumeradas.
Que la crisis es la sombra inseparable del Capitalismo es algo evidente desde sus fases más tempranas. La Burbuja de los tulipanes[4] en Holanda durante el primer tercio del XVII muestra como la perversa interacción entre crédito abundante –con el desarrollo de un instrumental financiero sorprendentemente sofisticado– y oportunidades de negocio en una promisoria espiral ascendente dieron lugar a un clima de euforia en el que parecía que el precio de los bulbos de dicha flor crecería exponencialmente ad infinitum. Se podía comprar a un valor demencialmente alto sabiendo que se podría vender a otro todavía mayor. Un solo tulipán llego a venderse por el salario que cobraría un artesano acomodado durante 15 años. El prodigio parecía posible: un dinero que produce dinero sin pasar por el proceso de producción realiza, desligado de cualquier otra esfera, un milagro de autofecundación y genera, en el vacío, beneficios. Un único inconveniente: naturalmente cuando uno de los inversores quiso recoger sus ganancias la pirámide de Ponzi se vino abajo. No hubo más remedio que reconocer la naturaleza alucinatoria del fenómeno alcista y hacer tabula rasa… la economía holandesa sufrió una depresión de la que tardó décadas en recuperarse. La Historia aquí se revela como un depósito de inquietantes recuerdos que anuncian sistemáticos tropiezos futuros. Como el neurótico condenado a la recurrente repetición de los mismos gestos que le conducirán a familiares callejones sin salida, se podría interpretar la teoría económica ortodoxa como un esfuerzo por olvidar el pasado para poder seguir repitiéndolo. Como la borrachera de un alcohólico o cuando el ludópata se dispone a jugar, el espejismo del capital portador de interés desligado del sector productivo, se extiende a través del dulce rumor de beneficios fáciles, dando pie a una dinámica recurrente que puede rastrearse desde los orígenes de nuestro modo de producción. En el siglo XVIII se producirán similares episodios de euforia ciclotímica vinculados a las compañías comerciales de ultramar[5], o en el XIX Madrid asistirá en 3 años a la duplicación del precio del metro cuadrado edificable[6], todos ellos finalizados por una coda catastrófica. Otra invariante, desde el temprano incidente de los tulipanes será la imprescindible intervención de las autoridades para restablecer el descabalado equilibrio: la cuaresma que llega tras las saturnales. Si se rastrea la historia de las crisis se hace evidente bajo la aparente capa de racionalismo funcional, con la que pretende legitimarse el Capital, cómo hay un sistema del tropiezo y, en paralelo, se ha desarrollado una práctica teórica que lo justifica y lo alienta.
No puedo desarrollar el tema de la crisis como un elemento inherente al Capitalismo, ni las diferentes interpretaciones que las diversas escuelas económicas le han dado. Dejo igualmente sin mencionar las crisis de sobreproducción –tipología realmente característica de este modo de producción–. Sin embargo la notoria incapacidad de la ciencia económica vigente, con su supersticiosa fe en las virtudes de la mano invisible, para dar cuenta, evitar o incluso manejar las consecuencias adversas de esta sempiterna lacra muestra un punto ciego que la supuesta ciencia económica es incapaz de manejar. Y cuando nuestros conocimientos se revelan prejuicios y no son capaces de dar cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, es un buen momento para ponerlos en tela de juicio a no ser que se actúe de mala fe o se trate de un recuerdo reprimido. En todo caso surge aquí la notable operatividad de la crítica de la economía política que el denostado Marx nos legó. Fascinado por la crisis de 1857 y su rápida difusión mundial es capaz de señalar cómo existe una tendencia incontrolable –si no media una intervención política– a que el valor de uso y el valor de cambio, los dos aspectos constituyentes de la mercancía, cobren autonomía mutua para llegar a ser completamente disfuncionales. No se puede hablar de un hecho anecdótico: la deriva hacia el desorden es propia de la naturaleza del Capitalismo y la supuesta virtud comunicativa del mercado, medio privilegiado para armonizar los desajustes de oferta y demanda, sirve más bien como coartada o pretexto para otras operaciones especulativas que se pretenden justificar.
El crash del año 29 marca una inflexión en el desarrollo del Capitalismo. Por un lado, es la crisis de la “emergencia estadounidense"[7]. por otro sus efectos fueron tan devastadores que forzaron un cambio de paradigma económico[8] –el llamado Keynesianismo, origen del Estado del Bienestar como única salida para la salvación del Capitalismo– e hicieron necesaria una guerra mundial para reintroducir el equilibrio dentro del sistema. Los años de posguerra asistirán a un avance de las conquistas sociales, en buena medida para afrontar la alternativa ideológica del Comunismo. Después de 1973, la incapacidad de las políticas keynesianas para relanzar la actividad productiva deja el campo abierto a una sorprendente contra-revolución conservadora; la que nos ha conducido como si fuese un tobogán a la situación que nos toca vivir en estos días. Cabe preguntarse por qué ni siquiera la social-democracia se plantea la recuperación de las medidas que permitieron la prosperidad… puede ser que se espere un reequilibrio por vía bélica o quizás algo más siniestro.
La incorporación de los individuos al régimen del Capitalismo tiene lugar en la esfera de la necesidad. Que la mercancía sea la forma básica de riqueza supone la obligación de efectuar el valor dinerario del producto resultante del trabajo de cada cual antes de poder acceder a valores de uso. O de otra forma: en una sociedad cuya producción está fragmentada en especialidades es inevitable pasar por el intercambio para satisfacer las necesidades que uno mismo se ve imposibilitado de cubrir individualmente y, puesto que los intercambios requieren de dinero para poder realizarse, la capacidad de trabajo deberá entregarse por adelantado para la consecución del medio de pago. Por ello la única posibilidad para alguien que rechace ser una bestia o un dios, es decir que quiera vivir en una sociedad de mercado, es aceptar sus reglas de juego. De acuerdo con esta lógica de la necesidad –contingente pues es histórica– los individuos adoptan comportamientos adecuados a la existencia de mercados para poder asegurar su propia supervivencia. De aquí se sigue la tendencia a la universalización de esta medición de todo a través del tiempo de trabajo abstracto que ha pasado a ser, como anunciaba Marx en los Manuscritos de 1857, una forma “miserable” de medir las relaciones sociales. Tal sistema métrico determina una experiencia subjetiva darwinista: las condiciones de existencia están reguladas por el imperativo de la mera subsistencia dentro de una mecánica casi geométrica en la que todos los elementos del sistema compiten entre sí… en tales condiciones cualquier lujo superfluo se convierte en un error. Y así será durante buena parte de su desarrollo histórico.
En efecto, hasta la segunda década del siglo XX predominan, en los países donde se halla más desarrollado el modo de producción capitalista, costumbres austeras en lo que se refiere al consumo, enraizadas en la tradición protestante. Sin embargo estos comportamientos estaban llamados a cambiar… Durante la década de los 20’s, se sufre en los Estados Unidos una crisis de sobreproducción industrial que produjo un dramático descenso de las ventas. La tasa decreciente de ganancias resultante de la propia competencia intercapitalista fuerza a un aumento de la productividad industrial mediante la introducción de maquinaria más eficaz con el consiguiente aumento del paro tecnológico. Un parado no consume así que, en una coyuntura de crecimiento de la producción, el stock de las empresas se iba acumulando en las estanterías de sus almacenes. Se llegó al cómico punto de que la prensa llegó a hablar de una ‘huelga de consumo'[9]. Y en este preciso instante la comunidad empresarial estadounidense dió con una solución que iba a marcar el rumbo de la vida humana en el planeta hasta nuestros días. Hablo, evidentemente, de la invención del consumidor y por extensión de la ideología de consumo. “En Nueva York los hombres de empresa organizaron el Prosperity Boureau y urgieron a los consumidores a ‘comprar ahora’ y a ‘poner su dinero a trabajar’ "[10]. La puesta en práctica de este plan maestro encontró menos resistencia por parte de la tradición de lo que cabía esperar y en menos de una década se había implantado en Estados Unidos una nueva cultura consumista que en poco tiempo pasó a exportarse al resto del mundo. Su triunfo ha sido tal que puede ser considerada la primera cultura cuyo alcance llega a un ámbito universal.
En esta ocasión la función crea el órgano: aparece una nueva especialización empresarial, el sector publicitario, dirigida a la formación de un tipo de subjetualidad que estará subordinada a las necesidades del mercado. El ámbito económico de la producción pasa a generar la necesidad en vez de simplemente satisfacerla. Desde ahora surge una industria encargada de producir un tipo de sujeto con miras al objeto. A diferencia de la imposibilidad de sobrevivir al margen de los mercados –el refuerzo negativo de las conductas-  que podría entenderse como un condicionamiento externo de tipo físico, la lógica imperial del capitalismo conquista el corazón de los hombres para borrar las diferencia entre dentro/fuera, ocio/negocio, productor/producto. La publicidad pone el deseo humano al servicio de la maquinaria productiva que supuestamente le debería servir a él.
Uno de los impulsores fundamentales de esta corriente, Edward Bernays, quien fue sobrino de Freud y es considerado el creador de las relaciones públicas, utilizó con notable éxito los descubrimientos de su tío para conseguir influir en la opinión pública dando lugar al más gigantesco mecanismo disperso de persuasión retórica que se haya conocido. Si en la obra del psiquiatra vienés se pone de relieve la importancia de los contenidos emotivos y su carácter irracional inconsciente, Bernays vio la posibilidad de crear "una ciencia aplicada social" para manejar científicamente y manipular el pensamiento y el comportamiento de un público irracional masivo “y parecido a una manada (sic).”. Según cita en su libro Propaganda[11]: “La manipulación consciente e inteligente de los hábitos organizados y las opiniones de las masas como un elemento importante en la sociedad democrática”Aquellos que manipulan este mecanismo invisible de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el poder verdadero dirigente de nuestro país”. En paralelo, Goebels, estricto coetáneo de Bernays, comienza a hacer uso, igualmente sistemático y no con menor desparpajo, de los mass media para propulsar el aquelarre al que los nazis consiguieron conducir a toda la nación alemana. No creo necesario incidir más sobre la influencia política de esta forma hipertrófica de retórica que, gracias a la ingente potencia amplificadora de los medios, ha dominado el curso del siglo XX.
Desde entonces, la industria cultural ha ido adueñándose de todo espacio vacío. Su triunfante invasión se ha manifestado como un verdadero fetichismo de los media con una progresiva densificación de la llamada iconosfera[12] hasta llegar a una saturación que ha cambiado nuestras condiciones de existencia con respecto a cualquier otro momento pasado de la humanidad: Hoy somos objeto de una exposición a cantidades de información superiores a las que somos capaces de admitir. En tiempos menos ruidosos aquellos que se veían en situaciones de exceso de estimulación perceptiva sufrían el denominado síndrome de Stendahl, un colapso nervioso por saturación de los sentidos. Hoy nuestra capacidad de admisión de datos ha mutado para llegar a crecer exponencialmente en proporción a la continua corriente de signos e imágenes con la que se nos bombardea a diario. De este modo la contaminación informativa, un proceso inflacionario concomitante al Capitalismo contemporáneo, ha transformado nuestra noción de lo real… las imágenes dejan de estar sometidas a la función de mímesis para crear realidad: si “una mentira repetida mil veces… se transforma en verdad” pensemos en el efecto de la reiteración de un millón de imágenes. El espectacular resultado de estas operaciones es un mundo invertido en el que “lo verdadero es un momento de lo falso"[13].
Llega el momento de hablar del habitante de semejante mundo continuamente reconstruido como decorado, aquel del que se querría sustraer cualquier acontecimiento, el sujeto de la posmodernidad, cualquiera de nosotros. El comunismo de la incomunicación, que es la Sociedad del Espectáculo, ha formado una red de entidades separadas que sólo pueden socializar a través de lo que les separa. La alienación crece en intensidad y aparece la figura crepuscular del Bloom[14], como una potencia que desligada de toda acción real –e incluso de su posibilidad- profundiza en la mera potencia. Así se produce una debilitación progresiva de los sujetos que “soportamos dosis de verdad cada vez más reducidas"[15] y vivimos en una continua fuga en busca de narcosis. Figurante de un gigantesco parque temático tan sólo espera que el carrusel del espectáculo nunca pare. La autorrepresentación bajo el imperativo del goce le obliga a mantener ante sí mismo y ante los demás la ficción de ser. El mundo se configura como una comedia sin gracia de sirvientes voluntarios, atentos a los gestos del vecino para impostar una normalidad que se pretende realidad. Bajo el mandato de la “ostentación negativa"[16] –no ser menos que nadie– se trata de proveerse de atributos para camuflar su radical inautenticidad. Así llegamos a la picaresca generalizada como la única vía de relación entre los farsantes.
Otra aproximación a nuestro personaje es el ‘homo sacer'[17]. Sería el humano resultado final de los procedimientos de control de la biopólitica un complejo de técnicas de gobierno blando que gestionan las masas velando por su felicidad. Este benévolo poder ganadero fomenta con su pastoreo a un animal de granja, antiguo depredador, que ha sido artificialmente convertido en herbívoro… mientras sea útil dicho herbívoro será mantenido, pero en el momento en que deje de ser necesario, la granja tornará lager. Sin embargo, bajo este paradigma, la violencia deja de ejercerse positivamente para ser aplicada por defecto. La proliferación de campos de refugiados o la progresiva incapacidad de los gobiernos para hacerse cargo, en términos de bienestar, de aéreas cada vez mayores de su territorio son jirones de una realidad emergente que amenaza con adueñarse del planeta.
En relación con estos modos de subjetivación querría señalar cómo la izquierda política se ha configurado tras el 68 en formas que son profundamente solidarias con el régimen neoliberal dominante y que han demostrado ser profundamente ineficaces en frenar su avance. De los sindicatos, agentes que históricamente canalizaron la lucha política y lograron buena parte de las conquistas sociales que se están esfumando a ojos vista, sólo cabe levantar acta de defunción. Son zombis que se saben muertos: la despotenciación de 30 o 40 años retrocediendo les desacredita ante sus propios ojos. Incluso, ante sus propios ojos, les falta credibilidad para oponerse a la sistemática demolición de la sociedad con un mínimo de convicción. En cuanto a la social-democracia, si alguna vez fue un proyecto factible, naufraga en su mar de contradicciones. Es absolutamente incapaz de mantener sus tibios programas en un entorno totalmente opuesto a sus principios. Las perspectivas para los movimientos sociales, forma subjetiva más característica de esta época, tampoco resultan mejores.
Tras la Revolución Cultural China el partido político como fórmula de organización de la lucha política entra en crisis[18] y la militancia se fracciona en lo que se ha conocido como movimientos sociales. Básicamente han sido y son grupos que actúan a escala local con agendas referidas a uno o dos puntos concretos, perdiendo de vista actuaciones con una proyección social amplia o con transformaciones profundas de la realidad social. Estas formas organizativas, típicamente posmodernas, se configuran como representantes de minorías y colectivos marginados que reclaman reconocimiento, subsidios o indemnizaciones. En primer lugar, la vía reformista, su aceptación del orden imperante implica quitar filo a sus posibilidades como alternativa al Capitalismo. Su acento en la representación identitaria, cuyo contenido fundamental es la condición de víctima en busca de integración, rima con los leitmotiv de la sociedad actual: sostener “el nombre de uno”, pegarse al atributo por el que nos distinguimos-separamos de los demás, en un modo perfectamente asumible por la Sociedad del Espectáculo en la que prima la obligación de autorrepresentación –forma fundamental de participación en la misma–. Estos grupos de consumidores agraviados se constituyen como marcas comerciales cuya imagen debe ser administrada de forma similar a cualquier otro producto de mercado. Marcas rivales pierden de vista lo común, núcleo de toda política, para concentrarse en demandas parciales. Cada uno la suya. Su característica fragmentación es una proyección del individualismo dominante en el mundo de la izquierda y ha demostrado ser políticamente de una eficacia bastante limitada: se ha conseguido cierta visibilidad para algunas minorías pero en realidad únicamente ha supuesto poner en circulación otros estilos de vida para que el comercio pueda proveerles de complementos. Lo sucedido en Sol puede ser leído como una superación de esta deriva: la plaza vacía como lugar de encuentro para defender lo común superando las barreras que impone el culto a la propia etiqueta para defender la posibilidad de un lugar desde donde hacer política.
Sobre la insostenibilidad de nuestro estilo de vida en las presentes circunstancias poco es necesario decir. Nuestro mundo, un complejo residencial, lujo algo cochambroso nunca verdaderamente acogedor, tenía puesta la fecha de caducidad. La omnipotente economía ha incurrido en un cortocircuito generalizado que impide su propio funcionamiento y, para mantener una apariencia de movimiento y funcionalidad, es necesario sacrificarlo todo en el altar de los negocios –por mor de los negocios-. Los gestos de los brujos de la tribu son elocuentes: su magia no llega a la mínima eficacia y su vacua gesticulación no logra contener el pánico. Su orden, causante de tantos problemas, es un problema para sí mismo. El decorado que ha sido el Estado del Bienestar se cae y los extras de esta película estamos temiendo ver qué se oculta tras las cortinas… y sin embargo hay nostalgia de una vida protegida por padres postizos que tomen decisiones por nosotros. Si el signo del Capital es la velocidad extrema para escapar de la sombra que el mismo arroja, hemos llegado a la disyuntiva en que detenemos la maquinaria o su velocidad nos convertirá en residuos de su cada vez más disfuncional metabolismo.
La ciudadanía vuelve a recordar que es habitante de la ciudad, su hogar común. De repente al término “economía” se le restituye su verdadero sentido etimológico: ciencia de la casa. Sólo que la nuestra es una casa abierta, una plaza. Quizás la historia desde que el hombre se hizo sedentario pueda resumirse en un simple tensión entre quien quiere ocupar el espacio para detener el libre fluir y aquellos que llevados por una u otra circunstancia se ven obligados a recuperar las posibilidades de convivencia. Si el poder instituido siempre quiere ofrecerse como la única alternativa al diluvio, debemos tener en cuenta que cuando se le repite a la gente que esto o aquello es imposible, se hace siempre para lograr su sumisión"[19].


[1] Vid. e.g. LACLAU, E: “Por qué los significantes vacíos son importantes para la política” en Emancipación y diferencia. Ariel, Argentina, 1996. Vid. asimismo, para el concepto “sutura”, la obra de A. BADIOU, e.g. Manifiesto por la filosofía. Madrid: Cátedra. 1989.
[2] Vid. K. MARX, El Capital, Vol. III: 213-263; México, FCE, 2ª ed. 1959,.
[3] Vid. M. FOUCAULT, El nacimiento de la biopólitica. Bs. As., FCE, 2007.
[4] Vid. Ch. MACKAY, Memoirs of Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds, London : Routledge & Co., 1856.
[5] Ibid.

[6] Vid. A. BAHAMONDE et al. , Historia de España siglo XX : 1875-1939, Madrid, Cátedra, 2000.

[7] Vid. D. BENSAID, “La crisis capitalista: Apenas un comienzo”, Revista Memoria, No. 236, Revista de Política y Cultura, Centro de Estudios del Movimiento Obre-ro y Socialista (CEMOS), México D.F., junio-julio del 2009.
[8] No estará de más señalar cómo la supuestamente neutra separación científica de economía y política en disciplinas diferenciadas escamotea su profunda imbricación mutua hasta el punto de poderse decir que casi son lo mismo. La denominación primitiva “Economía-política” responde mucho mejor a esta realidad.
[9] Vid. R. SÁNCHEZ FERLOSIO, Non olet. Barcelona: Destino, 2003.
[10] Ibid.
[11] Vid. E. BERNAYS, Propaganda. Barcelona: Melusina, 2008.
[12] Vid. R. GUBERN, Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto. Anagrama, Barcelona, 1999.
[13] Vid. G. DEBORD, La sociedad transparente. Valencia, Pretextos, 2002.
[14] Vid. TIQQUN, Teoría del Bloom. Ed. Melusina, Barcelona, 2005.
[15] Vid. TIQQUN, Introducción a la guerra civil,  Ed. Melusina, Barcelona, 2008. p. 5
[16] Vid. R. SÁNCHEZ FERLOSIO, Non olet. Op. Cit.
[17] Vid. G. AGAMBEN, Estado de excepción. Homo sacer II, 1, Pre-Textos, Valencia, 2004.
[18] Vid. Badiou, A. y Hounie, A. (Comp) La idea de comunismo. Paidós, Buenos Aires, 2010.
[19] BADIOU, A., Condiciones, Siglo XXI, Bs. Aires, 2002. pág.52.

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