domingo, 13 de julio de 2014

CUESTIONES EN TORNO A LA LUCHA POR LO PÚBLICO Y LO COMÚN

Pablo Batto - El Faro Crítico

Que estamos atravesando un punto de inflexión, y vivimos un momento de colapso civilizatorio. No sólo vivimos una profunda crisis económica con las consecuencias que ello conlleva, sino que la economía capitalista ha chocado ya contra los límites físicos del planeta.

Que el pico del petróleo convencional se atravesó en 2008, que ya no hay tiempo ni viabilidad para una transición energética. Que numerosos minerales han llegado a sus respectivos picos de extracción, y los del carbón y el gas natural se prevén para 2030 aproximadamente.

Que la desaparición de especies se ha acelerado hasta el punto de que hasta en los libros de texto se habla ya de una sexta gran extinción, y se ha bautizado al nuevo período como Antropoceno.

Que la pérdida de fertilidad de las tierras, de agua potable, contaminación de acuíferos, desertificación, así como la contaminación del aire, la radiactividad, los químicos no estudiados, etc., ya se hacen notar y profundizarán sus efectos en el futuro cercano.

Que hasta la ONU reconoce que el cambio climático, sin tener en cuenta todos los demás factores, va a conllevar un colapso civilizatorio “que no estamos preparados para afrontar” y que pone en riesgo a la especie humana.

Que es más que previsible, por propia imposibilidad material, la quiebra de la sociedad industrial globalizada.

Que no está en juego sólo el futuro de nuestras hijas y nietas: mi generación va a vivir esta quiebra.

Que si hacemos retrospectiva y vemos los pasos que nos han llevado hasta aquí, nos damos cuenta de que el problema no ha sido sólo el mal llamado libre mercado, sino que prácticamente todos los Estados, incluso los gobernados por izquierda reformista o revolucionaria, han seguido o han intentado seguir el mismo camino y han aceptado los mismos pilares de la sociedad industrial-mercantil, a saber: la industrialización, el modelo urbano, la militarización, el Espectáculo, el culto a la técnica, el trabajo asalariado y la relación mercantil o indirecta entre producción y consumo.

Que no debemos caer en el error del neoliberalismo, que cree que el Estado es enemigo del capital, en vez de entender que el Estado tiene la capacidad de regular las ansias autodestructivas de éste. El Estado puede aflojar la presión de la olla social y hacer una cierta redistribución de riqueza, pero no para acabar con el capital, sino para perpetuarlo a largo plazo aunque le cause molestias, algo así como una fiebre en el organismo humano.

Que lo público no es de todas, es del Estado, y por lo tanto, de quien controla el Estado. No obstante, no existe ni ha existido un Estado que no sea controlado por una élite o una burocracia separada de la población y con unos intereses propios. Qué mejor ejemplo que esos países donde todo es público pero nada es común, y la población ni pincha ni corta.

Que el Estado, propietario de lo público, no es neutral. No es una herramienta que puede ser despótica o emancipadora según quién la maneje, pues como estructura mastodóntica tiene una serie de necesidades que no sólo son incompatibles con la emancipación humana, sino que pueden ir incluso en contra de determinados “derechos” básicos: propaganda, leyes, ejército y policía, burocracia, gran división social del trabajo, urbanismo e infraestructuras de transporte; además de alianzas geoestratégicas y económicas de dudosa legitimidad.

Que el sueño de un Estado democrático participativo, relativamente horizontal, no es menos utópico que su abolición directa e inmediata pregonada por el anarquismo clásico. Que una estructura nacida históricamente de la concentración de poder y recursos y de la división en clases difícilmente puede funcionar de forma no despótica.

Que existe una cuestión fundamental de escala: las macroestructuras de millones y millones de habitantes son ingobernables de forma democrática y libre. La humanidad no es un sujeto político, y es dudoso que el pueblo o la nación sí lo sean. Que la ausencia de una comunidad directa real en el conglomerado humano industrial lleva a la invención de comunidades imaginadas que, puesto que sus miembros ni se conocen ni tienen una relación afectiva entre ellas, requieren ser mediatizadas por algún tipo de mito o simbología.

Que la comunidad real es pequeña, a escala humana, y es en ella donde el trabajo político, productivo y reproductivo puede realizarse realmente de forma colectiva y solidaria, y es aquí donde diferencias éticas o políticas pueden llegar a ponerse por detrás de lo puramente humano.

Que cuando hablamos de bienes comunes hablamos de una forma de propiedad, aunque no necesariamente sancionada por la ley. Que es imposible que toda la población de un país sea propietaria de todos los medios de producción y tierras de ese país, y que esta imposibilidad evidente es lo que lleva a lo público, es decir: a que un Estado que se autodenomina “representante de toda la sociedad” sea el propietario de dichos bienes.

Que quien gestiona el Estado maneja lo público desde fuera, es decir: es un grupo de personas ajena al bien que gestiona y lo hace en función a una serie de intereses o estrategias, etc. Sin embargo, quien gestiona lo comunal lo hace desde dentro, su propia vida está ligada material y emocionalmente a dicho bien.

Que aun suponiendo que podamos poner a toda la humanidad de acuerdo para la gestión supraestatal de la crisis económica y ecológica, éste no es un proyecto políticamente viable a corto plazo. Es más que probable que la quiebra de la sociedad industrial se de mucho antes de que esto esté cerca de ser posible.

Que el ritmo esquizofrénico y suicida de la economía capitalista en sus últimos actos escapa a nuestro control efectivo, y es en lo local en lo único en lo que tenemos capacidad relativa de incidir.

Que, ciertamente, al rechazar el Estado en determinados aspectos nos tiramos piedras sobre nuestro propio tejado. Esto es por la relación de dependencia que ha generado. Pero no olvidemos que esto no sucede sólo con el Estado o con “lo público”, sino con toda la economía capitalista: comemos del sistema agroindustrial, nos “””sanamos””” con grandes farmacéuticas y nos movemos con combustible fósil extraído manu militari. ¿Vamos, por ello, a defender el sistema económico en que vivimos?.

Que, desde luego, no debemos olvidarnos de las necesidades y urgencias del momento presente, pero tampoco por ello practicar una política de “pan para hoy y hambre para mañana”, en un pragmatismo que ha sido tristemente común y ha contribuido a que estemos como estamos.

Que esto no es, a pesar de que se nos acuse frecuentemente de ello, un intento de desmoralizar, ni de dividir, ni de fragmentar las luchas sociales, sino una aportación a un debate necesario, y una propuesta para abrir un frente de batalla acorde a lo que hoy sabemos y al nuevo contexto en el que nos encontramos.

Que frente a la lucha por defender el anterior estado de cosas, o por democratizar estructuras indemocratizables, o por defender lo “público” (que no común), o por aspirar a modelos de gestión materialmente inviables, se plantea desde hace tiempo la vía de la creación de espacios relativamente libres, comunes, autogestionados, a escala humana, autónomos pero coordinados entre ellos, que creen tejido social y una nueva forma de funcionar en el seno de la economía capitalista. No es un planteamiento nuevo, pero sí minoritario, y hay quien le ha dado el nombre de Revolución Integral.

Que es necesario que este debate sea llevado a las asambleas y grupos donde aún no se haya llevado a cabo, para invitar a reflexionar e investigar otros puntos de vista y formas de acción, y más ahora en que tantas esperanzas y esfuerzos hay puestos en nuevos partidos y en la lucha instititucional.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy bueno, Pablo, a ver si despacito vamos consiguiendo que las ganas de hacer que hay puedan ir hacia caminos que no sean baldíos.