sábado, 8 de noviembre de 2014

La rebelión de los #Comunes


9, Grafton Terrace, Kentish Town
Una simple limonada y una gran cantidad de tabaco. Estas fueron todas las provisiones con las que Karl Marx se encerró durante varios meses en su habitación de trabajo del número 9 de Grafton Terrace, una vivienda de cuatro pisos situada en Kentish Town, al norte de Londres. La providencial aparición de dos herencias le permitió, al menos durante un tiempo, sacar a su familia de la pobreza y sumergirse en los borradores de su obra más importante. Antes de El Capital fueron los Grundrisse, y sabemos que al menos una de sus partes más conocidas, la llamada «Formas que preceden a la producción capitalista», se escribió aquí, bajo la corrosiva combinación de la limonada y el tabaco barato que compraba a razón de un chelín y medio por la caja de una libra. Estamos en enero de 1858 y Marx tiene 39 años. Está particularmente contento por los avances de los últimos meses, y se toma un respiro para escribirle una carta a su viejo amigo Frederick Engels, donde le cuenta los excesos de sus largas jornadas nocturnas de trabajo, y varias cosas interesantes más, como el hecho de haber caído en sus manos, por casualidad, varios volúmenes de la Lógica de Hegel que originalmente habían pertenecido al mismísimo Bakunin. ¡Ah, Bakunin! Unos años más tarde, los acontecimientos de la Primera Internacional los convertirían en enemigos irreconciliables. Pero en aquellas fechas todavía tenían cosas en común. Y en cualquier caso, nadie les habría ubicado en los lugares extremos a los que después les redujeron sus partidarios. Es bastante discutible que fuera la pasión por la democracia lo que guió a Bakunin a su enfrentamiento contra Marx por el control de la Asociación Internacional de los Trabajadores, pero es mucho menos creíble que las razones de Marx en esta disputa tuvieran que ver con un afán personalista de controlar el movimiento obrero. Marx siempre fue un paladín de la democracia, y suya es la frase que colocó al principio de los Estatutos de la Primera Internacional: «la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos». No de los burgueses, de Marx, o del secretario general del partido. De los obreros mismos. 

Así que estamos en 1858, y tenemos a Marx encerrado en un cuarto con la Lógica de Hegel y muchos litros de limonada y gran cantidad de tabaco barato. Y en estas condiciones escribe las «Formas que preceden a la producción capitalista», un texto donde introducirá, con muchas idas y venidas, una distinción conceptual entre las relaciones de producción que tiene mucho que ver con la democracia y la cuestión de los bienes comunes. Étienne Balibar llamó la atención sobre ella en su aportación al libro de Althusser Para leer El Capital. Se trata de la diferencia entre la relación de «propiedad» y la de «apropiación real» (Aneignung). A menudo, y al propio Marx le ocurre de vez en cuando, se ha pasado por alto la importancia de esta distinción, lo que ha sido fuente de infinidad de problemas, algunos de los cuales seguimos arrastrando hasta ahora. Estos problemas tienen que ver con la diferencia entre los modos de gestión y los modos de propiedad, y en última instancia nos remiten a la cuestión de los bienes comunes y la gestión comunal. En los Grundrisse, Marx habla de todo esto, cuando aborda las condiciones originarias de la producción en las comunidades antiguas. Un debate que le perseguirá durante toda su vida, y al que volverá en los escritos sobre Rusia en torno a la posibilidad de que la obschchina, la comunidad agrícola aldeana, pudiera transitar por su propia vía hacia la comunidad socialista. Manuel Sacristán abrió un importante debate sobre lo que los borradores de la carta a Vera Zasúlich implicaban en cuanto a un replanteamiento y un abandono de la filosofía de la historia del Marx clásico. Pero lo que aquí nos interesa es cómo la diferencia entre las relaciones de «propiedad» y las de «apropiación real» se superponen y dan sustancia al concepto de comunidad. ¿Y en qué consiste esta diferencia? En que mientras que las relaciones de propiedad hacen referencia a la propiedad del capitalista sobre la fuerza de trabajo, las relaciones de apropiación real aluden, en palabras de Balibar, a la «capacidad del productor directo para poner en acción los medios de producción sociales». La primera categoría es el índice de las relaciones de propiedad, y la segunda, de los modos de gestión. Y con esto abrimos toda una analítica sobre las combinaciones posibles entre los modos de propiedad y los modos de gestión, que se reparten por igual entre las tres formas de lo privado, lo público y lo comunal. Es decir, tenemos, por un lado, la relación de propiedad, que puede ser pública, privada o comunal; y por otro, la relación de aprovechamiento real, el modo de gestión, que con independencia de la forma que adopte la propiedad, puede articularse desde la esfera pública, la privada o el procomún. En nuestra sociedad, nos hemos acostumbrado a tratar con diferentes maneras de combinar lo público y lo privado, pero hemos alimentado una laguna en torno a lo comunal. Y es precisamente en esta esfera donde se libró la batalla de la acumulación originaria, y donde podemos encontrar las herramientas políticas y ecológicas que nos permitan construir un nuevo proyecto de transformación social.

¿Qué secreto encierra la comunidad? Se han intentado dos estrategias distintas para responder a esta pregunta desde la etimología y la arqueología del concepto. Por un lado, el proyecto Wu Ming tiene una breve intervención donde explora el significado de la partícula «mu» en la palabra «comunismo». Por otro, Roberto Esposito, en un esfuerzo mucho más elaborado, rastrea el origen y las implicaciones para la modernidad de la deriva de la «communitas», desde la significación originaria, el «cum» del «munus», algo que no implicaba propiedad, ni atributo, hasta la transformación en la comunidad de sustancia que terminó abriendo las puertas a la tragedia del siglo XX. 

Deberemos estudiar con atención las dos modalidades de la acción que subyacen al «cum» y al «munus», la primera como figura de la acción recíproca, del reparto, del con, del entre; y la segunda como la dimensión en la que se inscribe una carga, un deber, una obligación. Toda la arqueología de Espósito naufraga en su incapacidad de encontrar una sustancia del munus. Para él, en realidad, no hay nada en común, y por eso la comunidad es irrealizable. ¿Pero es cierto esto? Para averiguarlo, tendremos que viajar una vez más hacia el pasado, pero en este caso, al 38 de la rue Vaneau, en París, donde un joven Marx de 26 años escribe, puede que sin limonada pero seguro que con montañas de tabaco, los famosos Manuscritos de economía y filosofía. Allí podemos encontrar un pasaje, que ha pasado bastante desapercibido para la crítica, a partir del cual abriremos un boquete en el callejón sin salida al que conduce el pensamiento de la comunidad. Estamos en plena teoría de la acción democrática. Lo que yo he llamado en otra parte «imperativo disyuntivo», que es la formulación democrático-radical del principio ontológico de la dualidad de la acción. Todas las acciones tienen un ámbito intensivo, de producción de valores comunitarios, y un ámbito extensivo, donde se produce la acción recíproca de la comunidad. Deberemos estudiar cómo en una lógica de gestión comunal el munus del cum no es algo que nos exponga hacia fuera a partir de nuestras trincheras individuales, sino que es algo que nos instituye bajo la forma de la comunidad, una tarea que introyectamos a través del cum convirtiéndola en la sustancia de la comunidad.

Una vez armados con todas estas categorías, podemos trazar nuestra propia genealogía de la comunidad. Conviene que abordemos el planteamiento que Hardin hizo de lo que llamó la «tragedia de los comunes», para responderla, en primer lugar, desde la historiografía ambiental y agraria que ha puesto en cuestión este relato de la desarticulación del comunal. Hablar de bienes comunes supone hablar de cómo en la gestión comunal se encuentran enredados los ámbitos de la ecología social y del empoderamiento popular, y de cómo en la lucha contra el expolio de los comunes se desataron las mayores revueltas sociales de la historia moderna.

Y todo esto nos conduce, finalmente, a la Carta de los Comunes, y a los nuevos espacios de contestación social que se están articulando en torno a la reapropiación de los comunes, como la Asamblea sobre #Comunes de Toma los barrios, o las plataformas de afectados por la hipoteca (PAH), que constituyen un ejemplo extraordinario de autogestión y reapropiación comunal de lugares privatizados y estrategias de resistencia.

El camino es largo. La senda, estrecha. Pero qué demonios, no tenemos nada mejor que hacer.

Omnia sunt communia!

David Hernández Castro 
(Más información en el Proyecto Juan Roque)

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